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Martin Wolf pide cautela ante la fiebre inversora por la inteligencia artificial


En medio del entusiasmo desatado por la inteligencia artificial (IA) en los mercados, el economista Martin Wolf introduce una nota de cautela y pide tomar distancia. Su mensaje es claro: la tecnología transformará la economía, pero eso no implica que todas las inversiones relacionadas con la IA vayan a generar beneficios desorbitados. Lejos de un optimismo sin matices, Wolf plantea si estamos ante una nueva burbuja tecnológica o frente a un ciclo de innovación que, pese a su potencial, exige prudencia, correcciones y expectativas más moderadas.

Wolf recurre a la historia reciente y más lejana para advertir de los riesgos de la euforia inversora. Desde los ferrocarriles del siglo XIX hasta la burbuja puntocom, las fases de expectativas desbordadas han ido seguidas de fuertes reajustes de valoración. En el caso de la IA, el economista considera probable un escenario de corrección en los precios de muchos activos ligados al sector, pero descarta, por ahora, un colapso de proporciones similares al de episodios pasados.

Fiebre por la IA en los mercados

La irrupción de la inteligencia artificial ha desencadenado un ciclo de fuertes subidas en bolsa para compañías tecnológicas, fabricantes de chips, proveedores de servicios en la nube y firmas que se presentan como ganadoras del nuevo paradigma. La narrativa dominante promete incrementos sustanciales de productividad y la transformación de sectores enteros, desde las finanzas hasta la sanidad o la industria.

Sin embargo, Wolf advierte de que la velocidad del entusiasmo financiero puede ir por delante de la capacidad real de estas empresas para capturar beneficios sostenibles. Parte del capital que hoy fluye hacia proyectos de IA responde tanto a expectativas legítimas como a una dinámica de “no quedarse fuera” que ya se ha visto en otros ciclos de innovación tecnológica.

Lecciones de la historia económica

Para sostener su argumento, el economista traza un paralelismo con episodios históricos como la fiebre de los ferrocarriles del siglo XIX, el boom de las telecomunicaciones o la ya célebre burbuja puntocom. En todos esos casos, la innovación era real y acabó cambiando la economía, pero las valoraciones de mercado se dispararon muy por encima de lo que los modelos de negocio podían justificar.

Las lecciones son claras: que una tecnología sea revolucionaria no garantiza que todas las empresas asociadas a ella sobrevivan ni generen retornos extraordinarios. Al contrario, los periodos de exuberancia suelen terminar con un reajuste doloroso de expectativas y una dura selección de ganadores y perdedores, tanto entre compañías como entre inversores.

Un ciclo de inversión distinto

Wolf subraya, no obstante, que la actual fase inversora en IA presenta diferencias respecto a la burbuja puntocom. En esta ocasión, una parte relevante del capital se destina a infraestructura tangible, como centros de datos, capacidades de computación y plataformas tecnológicas que sirven de base al ecosistema de IA. No se trata sólo de empresas que prometen “revolucionar el mundo” sin respaldo físico o activo real.

Aun así, el riesgo no desaparece. Aunque los activos sean más sólidos que en ciclos previos, el verdadero interrogante reside en si las compañías asociadas a la IA podrán construir y defender un “moat” competitivo, es decir, una protección suficiente para mantener beneficios elevados durante años frente a nuevos rivales y a la rápida difusión de la tecnología.

La fragilidad de los ‘moats’ en la IA

La advertencia de Wolf se centra en esa posible falta de barreras de entrada sólidas. Si los algoritmos, modelos y aplicaciones se extienden con rapidez y los costes de adopción bajan, muchas empresas podrían perder la ventaja competitiva que hoy justifica sus valoraciones. En ese escenario, la rentabilidad esperada no se materializaría y los precios de las acciones tendrían que ajustarse a una realidad menos brillante.

Este ajuste, insiste, debe entenderse más como una corrección necesaria que como el preludio de un desastre económico. Los inversores más optimistas verían reducirse sus ganancias potenciales y el sector podría perder parte de su dinamismo inicial, pero el sistema financiero, en su conjunto, no tendría por qué enfrentarse a un shock comparable al de principios de los 2000.

Un aterrizaje suave para el sector

Pese a las advertencias, Wolf mantiene una visión matizada y no catastrofista. La penetración global de la inteligencia artificial parece inevitable y su impacto sobre la productividad y la organización de las empresas será profundo. Lo que cuestiona no es la importancia de la tecnología, sino la idea de que esta etapa vaya a traducirse, de forma generalizada, en beneficios explosivos y sostenidos para todos los actores implicados.

El economista recuerda que muchas compañías del entorno IA financian hoy sus proyectos con beneficios propios, no sólo con deuda o capital especulativo. Este factor introduce una mayor estabilidad y reduce el riesgo de caídas abruptas en cadena. El escenario que dibuja se asemeja más a un “aterrizaje suave” del sector: un periodo de consolidación en el que se ajustan las valoraciones y se alinean las expectativas con los resultados reales.

Claves para el inversor

En este contexto, la recomendación implícita de Wolf es que el inversor aborde la IA con prudencia selectiva, evitando tanto el rechazo total a la nueva tecnología como la euforia acrítica. Comprender la diferencia entre empresas con verdaderas ventajas competitivas y proyectos basados únicamente en la moda del momento será determinante para proteger el capital a medio y largo plazo.

Más que un “crash” inminente, el pronóstico apunta a un reajuste saludable que depure excesos, redefina precios y ayude a construir un ecosistema más robusto. La historia muestra que es precisamente en estas fases de reordenación cuando se forjan los futuros líderes de la economía digital. Para quienes sepan distinguir entre ruido y valor, la inteligencia artificial no será sólo una promesa tecnológica, sino una oportunidad sostenible en el tiempo.



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Escrito por Carlos Fernandez

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