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Dificultades de la política monetaria de EEUU


Estados Unidos atraviesa uno de los momentos más complejos de su historia monetaria reciente. Tras haber derrotado una inflación que rozó el 9% en 2022 sin provocar una recesión profunda, la Reserva Federal (Fed) enfrenta un nuevo desafío: mantener el equilibrio entre estabilidad de precios, creación de empleo y presión política en un entorno global incierto.

Desde la óptica de su presidente, Jerome Powell, la economía estadounidense se comporta irregularmente: crece con fuerza en algunos sectores, se debilita en otros y mantiene una inflación aún por encima del objetivo del 2%: 2,8%. Subir las tasas de interés demasiado rápido para bajar la inflación puede frenar la actividad económica y crear desempleo; bajarlas antes de tiempo puede reavivar la inflación y erosionar la credibilidad del banco central.
El presidente Donald Trump, ha criticado a Powell por lo que considera una política confusa: recortar tasas mientras mantiene un balance general inflado, equivalente al 21% del PIB, el normal debe ser 6%. La Fed compró deuda a empresas para evitar que quiebren con el Covid y en la recesión del 2008 y no ha podido deshacerse de esa deuda. Por otro lado, Trump exige más inyección de dinero en la economía para bajar el gasto fiscal (intereses que paga el fisco por los bonos del tesoro) y abaratar el crédito y reimpulsar el crecimiento, especialmente en sectores manufactureros. Sin embargo, todos los presidentes, desde Nixon hasta Biden, han presionado al Fed cuando sus decisiones no coinciden con la coyuntura electoral. La diferencia actual es que el margen de maniobra monetario es muy estrecho: los tipos reales son positivos, la deuda pública supera el 120% del PIB y el dólar sigue siendo el eje del sistema financiero mundial.
Qué podría hacer un nuevo presidente del Fed: Si en 2026 llegara un nuevo titular del banco central, su margen formal sería limitado, pero su enfoque podría marcar un giro. Un presidente más “halcón” podría acelerar la reducción del balance —vendiendo bonos y valores hipotecarios— del FED para volver a un esquema de “reservas escasas”, lo que reduciría la liquidez y frenaría la inflación, pero los intereses subirían mucho. Un presidente del Fed más “paloma” mantendría el régimen de “reservas amplias”, alegando que los mercados financieros necesitan una base de liquidez permanente. En ambos casos, el liderazgo y la credibilidad son decisivos: un presidente con autoridad puede anclar expectativas sin mover un solo instrumento. En este caso se podría decir que Powell le ha faltado asertividad y trata de complacer a Trump (bajar las tasas de interés) y mantener el crecimiento económico a la vez, lo que no es posible.
Powell frente a sus predecesores: Paul Volcker (1979–1987) enfrentó la peor inflación del siglo XX, pero suministró una medicina dura: llevó las tasas de interés a 20% y provocó dos recesiones, pero restauró la confianza en el dólar. Alan Greenspan (1987–2006) gobernó la “Gran Moderación”, un largo ciclo de estabilidad y crecimiento, pero mantuvo las tasas de interés muy bajas inyectando dinero inorgánico asegurando que los mercados se regulan solo y esto facilitó burbujas especulativas del 2008. Ben Bernanke (2006–2014) heredó esas fragilidades y, durante la crisis de 2008, inventó la expansión cuantitativa (QE): la compra masiva de bonos a empresas del sector privado para evitar una depresión. Salvó el sistema, pero inauguró una era de altas deudas del banco central y balances gigantescos. Jerome Powell (2018–presente) ha debido lidiar con los tres fantasmas a la vez: la inflación de Volcker, las expectativas de Greenspan y el legado de liquidez de Bernanke. Bajó las tasas a cero durante la pandemia, luego las elevó a más de 5% en tiempo récord para frenar la inflación, intentando al mismo tiempo reducir un balance de nueve billones de dólares sin causar pánico financiero. Su estilo es pragmático y poco ideológico: reconoce la incertidumbre y actúa con base en los datos.

Lo que diría Milton Friedman, economista de la Escuela de Chicago, padre del monetarismo, observaría el debate actual con mezcla de asombro y advertencia. Recordaría su célebre frase: “La inflación siempre y en todo lugar es un fenómeno de exceso de liquidez monetaria.” El dinero lo crea la deuda fiscal monetizada en muchos casos. Para Friedman, la expansión monetaria desmesurada durante la pandemia —y su mantenimiento posterior— fue la raíz del brote inflacionario. Su receta sería clara: Estabilizar el crecimiento de la masa monetaria a 5%, evitando tanto el exceso de liquidez como la contracción abrupta. Definir una meta monetaria pública y verificable, que permita a ciudadanos y empresas anticipar la política del banco central. No usar el Fed para financiar déficits fiscales. Permitir que los precios y tasas reflejen las condiciones reales del mercado, sin manipulación constante. Reducir gradualmente la deuda del FED para que el banco central vuelva a ser árbitro y no jugador dominante.

Friedman exhortaría a abandonar la discrecionalidad y a regresar a un marco de previsibilidad monetaria. En su visión, la estabilidad del dinero no depende de genios en la Fed, sino de reglas simples y consistentes.
En un mundo saturado de deuda fiscal, quizá Friedman volvería a recordarle a todos —políticos, banqueros y votantes— que el dinero solo cumple su función cuando inspira confianza, no cuando alimenta ilusiones.

X: @alejandrojsucre 



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Escrito por Carolina Fonseca

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