En la era digital, la tecnología es una herramienta educativa indispensable. Sin embargo, su uso irracional e indiscriminado o la integración de plataformas de entretenimiento masivo en la vida de nuestros pibes y su entorno educativo plantea serios interrogantes. La pregunta es simple: ¿La tecnología es una herramienta o un “casino social” que consume la atención y el bienestar de las nuevas generaciones? Si es lo segundo, ¿por qué darle espacio en el aula?
De alguna manera esta preocupación se materializó recientemente en la Ciudad de Buenos Aires, donde el Ministerio de Educación decidió bloquear el acceso a Roblox en todas las redes escolares. ¿Qué es Roblox? Parece un juego en línea; pero es mucho más que eso. Es un metaverso de creación y socialización masiva, lo que lo convierte en un espacio de enorme potencial creativo, pero que también conlleva grandes desafíos para la seguridad y la salud mental de nuestros chicos. Lo cierto es que esta medida, activada tras una denuncia de presunto caso de grooming (acoso sexual digital), subraya la necesidad de trazar una línea clara entre el ocio digital y el espacio educativo, revalorizando el papel del acompañamiento adulto.
Un diagnóstico desde la Filosofía y Psicología: dejar de ser cómplices del daño
Para controlar el perjuicio, primero debemos entender su naturaleza profunda, según las voces más influyentes.
La “fatiga” del progreso: el coreano Byung-Chul Han nos cuenta que vivimos en la “sociedad del rendimiento”. Hoy, incluso el mismo ocio se convierte en una carrera por progresar, coleccionar o ascender de nivel. Esto para este filósofo disuelve la frontera entre el descanso y la autoexplotación. Entre los muchos espacios que la sociedad debe recuperar para sí, la escuela debe ser uno de esos que se mantenga ajenos a la tiranía del “siempre más”, una “zona de no rendimiento” que defienda el derecho a la reflexión pausada.
La “reconquista” de nuestra atención: el italiano Franco “Bifo” Berardi nos advierte que la tecnósfera fragmenta la mente de los seres humanos. Estos entornos nos acostumbran a la aceleración y a la reacción instantánea, dificultando la atención sostenida y la reflexión, la base de todo aprendizaje profundo. La escuela debe ser entonces uno de esos entornos en donde se promueva lo contrario: debe fomentar la pausa y el procesamiento demorado, cultivando la atención sostenida y la reflexión crítica. La escuela no es un lugar “esencialmente” divertido.
El desarrollo perdido: El psicólogo social Jonathan Haidt ha documentado cómo el tiempo masivo en pantallas ha desplazado el juego libre y la interacción social física, constitutivos del desarrollo de la autonomía y la resiliencia. Nuestro deber colectivo es revertir este daño, reconociendo que el desarrollo sano no sucede en entornos sin supervisión. El aula, al vetar estas plataformas, está defendiendo el derecho de sus alumnos a un desarrollo emocional sano.
Seguridad escolar y ausencia de supervisión
Por lo tanto, la decisión de CABA nos recuerda que la escuela tiene un rol activo en la protección. La medida tomada aborda el riesgo más inmediato y grave, que es la interacción social sin reglas claras. Pero más allá de la medida ¿Por qué es bueno este tipo de acciones? Porque la escuela tiene la obligación de ser un lugar seguro para los chicos. Permitir el acceso a entornos donde el niño es fácilmente contactado por desconocidos, sin la capacidad del adulto responsable —en este caso el docente—para monitorizar cada conversación individual es una irresponsabilidad. La medida es un acto de blindaje institucional para evitar que el aula se convierta en un portal de interacciones no deseadas y peligrosas. A esta altura la pregunta que se dispara es: “¿Con esto solo alcanza?” Y la respuesta es claramente no.
El acompañamiento adulto en un mundo sin adultos: La reconstrucción del vínculo social, escudo de verdad.
El control efectivo de los daños reside en el acompañamiento consciente del adulto y sobre todo del adulto en el hogar. Hay que entenderlo: los padres somos el firewall más efectivo. Pero ¿Haciendo qué…? Acá algunas ideas:
- Combatiendo las alarmas que describe Haidt en la restauración del equilibrio y la resiliencia; reduciendo activamente el tiempo de exposición a las pantallas, liberando espacios para que el niño experimente el juego no estructurado y el contacto humano.
- Frente a la prisa y el rendimiento constante que describe Berardi, promoviendo la desaceleración, fomentando la paciencia y la atención plena.
- Fortaleciendo la comunicación ante el peligro del anonimato, enseñando sobre privacidad y construyendo el espacio de confianza de ese niño donde, ante cualquier riesgo, sepa comunicar sus dudas, sus miedos, sus incertidumbres.
Entonces, ¿alcanza con instituciones educativas que controlen y adultos que acompañen? Tampoco alcanza. Todavía falta algo más…
Responsabilidad social: el más allá de la escuela y de las familias
El control efectivo de daños requiere un compromiso amplio y transversal que involucra a todos los actores sociales:
- El rol regulatorio: El Estado debe ir más allá de la prohibición escolar y legislar sobre la responsabilidad de las plataformas tecnológicas. Es vital exigir a la industria que rediseñe sus algoritmos para priorizar el bienestar sobre la retención máxima (adicción digital) y que implemente mecanismos de verificación de edad y moderación de contenido que sean verdaderamente efectivos.
- El compromiso ético: Las grandes empresas de tecnología deben asumir su impacto social. Su acción debe ser ética: invertir en seguridad real, eliminar las cuentas falsas de depredadores y dejar de explotar la vulnerabilidad psicológica de los niños para maximizar el tiempo de pantalla y las ganancias.
- La vigilancia: Los medios de comunicación tienen la responsabilidad de informar con rigor y sin sensacionalismo, pero, sobre todo, tienen la responsabilidad de educar. Su acción debe incluir la difusión de contenidos que promuevan la alfabetización digital crítica y que visibilicen las herramientas y líneas de ayuda para víctimas, fortaleciendo la red de contención social.
En conclusión, la decisión de CABA nos empuja a una necesaria reflexión social y a una acción consciente posterior. El “control de daños” no se logra solo con prohibiciones; se logra con compromiso colectivo —desde la legislación hasta la crianza— que garantice que las nuevas generaciones “dominen, sin ser dominadas”, el complejo mundo digital.


