En la habitación de su casa en la ciudad cordobesa de Pilar, Alejandro Amado pasa horas frente a la pantalla. Muchas horas.
Pero no está solo (o sí): del otro lado, cientos de jugadores de todo el mundo dependen de él para avanzar en sus partidas.
Con 30 años, Alejandro encontró en el mundo del “gaming” no solo una forma de ganar dinero, sino también una manera de desafiar los estigmas que rodean a esta actividad.
Alejandro, estudiante de economía en la Universidad Nacional de Córdoba, jamás imaginó que un pasatiempo como jugar al World of Warcraft (uno de los juegos de rol masivos más populares del mundo) lo llevaría a replantearse su vida. “Siempre pensé que iba a terminar mi carrera y buscar un trabajo tradicional”, cuenta.
Sin embargo, en 2020, cuando la pandemia cambió el rumbo de tantas vidas, Alejandro encontró en el “gaming” una salida inesperada.
Lo que comenzó como un reemplazo temporal en un equipo de jugadores se transformó en una oportunidad laboral real. “El primer pago fue de 250 dólares por dos semanas. No podía creer que estaba ganando dinero por hacer algo que me encantaba”, recuerda.
Alejandro describe su rol con seriedad. “Soy como un encargado de recursos humanos”, explica. Su trabajo consiste en reemplazar a jugadores ausentes y gestionar equipos para que funcionen de manera eficiente.
La demanda por sus servicios creció exponencialmente durante la pandemia, cuando más personas se volcaron a los juegos en línea. Alejandro llegó a trabajar entre 12 y 15 horas diarias.
El sistema de pago es peculiar: los clientes de Alejandro le transfieren “oro” dentro del juego, una moneda virtual que su jefe -un británico que administra el equipo- convierte en dólares. Sus ingresos mensuales varían, pero por lo general superan cómodamente el millón de pesos.
A medida que crecía su clientela, Alejandro comenzó a equipar su espacio de trabajo. Su habitación pasó de tener un escritorio básico a contar con pantallas de alta calidad, una silla “gamer” y una computadora avanzada.
El éxito también trajo desafíos. “Pasé por momentos muy solitarios. Es un trabajo sedentario y, a veces, extraño el contacto humano”, confiesa. Sin embargo, el estudiante de economía asegura que disfruta lo que hace.
“No es perfecto, pero me llena”. Aunque dejó la universidad momentáneamente, tiene claro que no renunciará a su título de economista. “Solo me faltan diez materias. Sé que en algún momento voy a retomarlas”, asegura.
Mientras tanto, viviendo el presente y disfrutando del logro de haber transformado una pasión en su sustento.
“A veces, la vida te lleva por lugares que nunca imaginaste. Yo solo tuve que atreverme a seguir ese camino”, reflexiona.